2.16.2015

Leyes hay, no se aplican, entonces ¿para que se promulgan?

Perversión. Es tan sólo una de las palabras con las que se puede significar lo que está pasando en un país que se ha acostumbrado a la violencia y al olor de la sangre, un lugar donde la muerte pasa a ser una raya más del tigre; un país donde interesa más cómo un político violó el “Día sin Carro”, o la lesión en el pie derecho de uno de los jugadores de fútbol más queridos por los colombianos.
“En la sociedad cada vez más se eleva el nivel de tolerancia con la violencia”, y es que cuando un comportamiento empieza a volverse habitual se pasa del impacto social a consideraciones que si bien no son de aceptación, sí lo son de hechos comunes.
Un dato a tener en cuenta lo da Medicina Legal: sólo en 2014 murieron 1.115 menores, de los cuales 955 eran niños y 160 niñas, con edades entre 12 y 15 años. En lo corrido de 2015 las autoridades indican que han sido asesinados 88 niños, en promedio 2 cada día.
Ante esto es claro que “la sociedad colombiana necesita tomar conciencia de que lo más importante es la vida, al parecer, “para demostrar que estamos vivos, se estén dejando sólo rastros de muerte”.
Y es que en el caso de los niños de Florencia, se pueden sumar fácilmente al de los menores violados y asesinados por un militar en Arauca; o al niño de Soacha (Cundinamarca) que fue asesinado por su propia madre; o al bebé Santiaguito, que hace varios años en Chía, al sur de la Capital del país, murió tras ser raptado por su padre; a al de la niña Mayerly en Buga, quien de repente desapareció y meses después fue encontrado su cuerpo diseminado y desmembrado en un cañaduzal; o de los cientos de niños del depredador más grande de la historia, “Garavito”.
Las primeras manifestaciones de cara a este tipo de hechos no dudan en señalar que se trata de un mal de la sociedad en general. Entre estos está el Procurador General de la Nación, Alejandro Ordóñez, quien califica estas muertes como una muestra de “la enfermedad de nuestra sociedad, que se ha deteriorado a tal punto que sacrifica a los más inocentes”.
Este caso de terror en Florencia, donde los asesinos al parecer no fueron grupos armados, sino que la masacre habría obedecido a problemas de tierras, representa una de las tantas caras de la violencia: la venganza.
Para el antropólogo Felipe Cárdenas, docente de la Universidad de La Sabana, la muerte de estos menores demuestra cómo la sociedad colombiana perdió el respeto por la vida, incluidos los no nacidos. “Hemos venido viendo cómo lo sagrado de la vida humana, se ha perdido, se ha degradado”, afirma el experto.
En criterio de Cárdenas, desde hace rato como sociedad “hemos tocado fondo”, y para salir del fango en que estamos es necesario mirar hacia principios que orienten la vida de cada quien. “Estamos rodeados de violencia por todos lados, pero como sociedad estamos incapacitados para responder por lo insensibilizados que estamos”, señala.
En casos como estos, y para evitar que los ciudadanos se vuelvan indolentes, es necesario que se divulguen fuertemente estos hechos y se convoquen marchas, es decir, que se haga eco del rechazo, para que se pase de las estadísticas frías y calculadas, y cada asesinato sea un hecho que conmueva; a esto se debe sumar precisamente el aparato estatal para que los actores violentos sean castigados con dureza, pero más allá lo importante es crear conciencia de que la sociedad en general no puede tolerar ese tipo de conductas, que se incurra en la tolerancia con el terror.
Entre tanto, desde otros sectores sociales se reclaman penas que van hasta la muerte de los culpables de estos hechos, el problema con estos delitos no son las penas más altas, sino que las actuales se cumplan, como lo expresa el Código de Infancia y Adolescencia.