2.25.2013

Crisis cafetera, bancos cerrados a préstamos y un gobierno indolente


La caficultura, que fue producto de exportación, fuente de divisas y de financiación del presupuesto nacional, ahora es un producto más de exportación, cuya contribución no alcanza para pagar la nómina de la Federación, ni los gastos de las oficinas de promoción creadas cuando el café era el Oro verde. A nadie le importa la quiebra del sector que ayer dio su vida. 
A los cafeteros no les prestan los bancos; por esta razón, si se quiebran los cafeteros, los bancos no se afectan, y el país sin alma de las corporaciones y bancos,  puede seguir funcionando sin que les importe la suerte de unos campesinos quejosos, mendigos y quebrados, aunque siempre han sido solidarios para construir el país que hoy tenemos. 
Para el campo en crisis generalizada, no hay ley de quiebras como sí la hubo para los constructores y la banca en el año 1.999, con medidas de excepción y destinación de recursos con la creación del tres por mil, porque si la banca se quebraba, se acababa el país. Hoy no importa si se mueren de hambre 600.000 familias productoras y dos millones de empleos se pierden, así se vayan de “raspachines” de coca, como cultivo sustituto. Sin representación, porque su gremio se politizó y se convirtió en comisión de aplausos de las medidas gubernamentales; sin líderes, ni dolientes, algunos cafeteros convocan marchas que la gran prensa ahoga en sus rotativas, cámaras y micrófonos, en una política del tapen los problemas para que siga llegando la publicidad oficial. 
El paro nacional cafetero está convocado para este lunes 25 de febrero, ante lo cual se espera que sea aprovechado para crear el foro de discusión que requiere la caficultura, reuniendo a las mejores inteligencias del país y despertando el apoyo gubernamental. A los cafeteros quebrados, el 2013 les trajo revaluación acentuada, precio deprimido, y una sequía que no da tregua; para enfrentar estos males le piden al Corazón de Jesús, con rogativa, para que cese el verano y los Santos les ayuden, hoy no hay cosecha, y ya no se escucha la voz esperanzada del campesino: “Este año fue malo, pero el que viene será el desquite”. Los puntos de reunión están vacíos: en Manizales, Pensilvania, en Viterbo, en Neira, en Pitalito, en Garzón; en Fredonia, Jardín y Bolívar,  todos están sin clientela. 
El Gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, Genaro Muñoz, dice que apuesta su barba para tratar de reparar su ya averiada imagen en el vaticinio de cifras de producción de café, como si la barba de un dirigente fuera consuelo para la ruina de 600.000 productores; ni siquiera su cabeza, como lo propone el dirigente conservador Omar Yepes Álzate, es suficiente para enmendar el daño que le ha infringido a la caficultura nacional. Muñoz miente sin sonrojarse cuando le declara a la prensa bogotana que tiene el respaldo de 550.000 cafeteros. A otro perro con ese hueso, señor Gerente. Si algún economista quisiera hacer el ejercicio académico de diseñar el peor escenario para la caficultura colombiana en todos los tiempos, bastaría con describir su estado actual. Se ha producido una especie de alineación perversa de los astros en contra de los productores del grano, otrora símbolo nacional.
En esa, que podemos denominar perversa conspiración, se han juntado elementos como una caída cercana al 50% en el precio internacional en dólares durante el último año; la década de revaluación del peso frente al dólar, que les robó otro 30% del precio en pesos; desplome de los volúmenes de producción sin solución a la vista, calculado en casi un 40% de la capacidad productiva nacional (de 13 a 8 millones de sacos año); deterioro estructural de los suelos y aumento desbordado de los costos de producción. 
La situación se ha tornado tan dramática, que muchos productores gastaron más dinero en la sola actividad de recolectar la cosecha de fin del año 2012, que el que recibieron por la venta de su grano. Es decir, perdieron en la cosecha y adicionalmente todo lo invertido en el sostenimiento del cultivo, sin contar la nula rentabilidad del capital invertido. Sin embargo, el obstáculo mayor para la supervivencia de la industria cafetera estriba en la aceptación sumisa por parte de Juan Manuel Santos y sus antecesores del papel de enclave colonial minero – energético asignado a nuestra nación por los magnates de Wall Street y los organismos multilaterales de crédito. Éstos han diseñado e impuesto la inicua división internacional del trabajo hoy vigente. La locomotora minera atropella y pulveriza nuestra agricultura.