1.20.2014

Un discípulo acudió al maestro para preguntarle…

-Maestro, ¿cuánto vale un ser humano?
El maestro no respondió a la pregunta, se limitó a sacar de uno de sus bolsillos un diamante y decir a su discípulo:
-Ve al bazar y pregunta a varios comerciantes cuánto vale este diamante. Pero... ¡No lo vendas! Después vienes a verme y me cuentas cuánto te han ofrecido por él ¿De acuerdo?
-De acuerdo maestro-.
Maestro, fue al bazar, presentó el diamante a un vendedor de verduras y le preguntó cuánto le darían por la joya.
-Te podría ofrecer hasta cuatro kilos de patatas-.
El discípulo acudió a una cacharrería y el propietario le dijo:
-Por este diamante te podría entregar unos potes de bronce y dos cubos de latón-.
Después, el discípulo acudió a una bisutería. El dueño, tras examinar el diamante, dijo:
-Por este diamante te puedo ofrecer un collar y unos pendientes de acero-.
A continuación el discípulo se dirigió a un joyero, que cogiendo el diamante en sus manos, le dijo:
-Por esta joya podría ofrecerte una buena suma de dinero-.
Decidió finalmente ir a la joyería mejor del bazar. El dueño era un gran joyero y, después de examinar con lentitud el diamante, comentó:
-Amigo mío, este diamante no tiene precio. ¡Su valor es realmente incalculable! ¡No hay suma de dinero que pueda adquirirlo!-
Cuando el discípulo le contó al maestro todas sus gestiones, éste le dijo:
Creo que ya no hace falta que te lo explique... Tú mismo te habrás dado cuenta. 
El valor de un hombre depende siempre de quien lo “tase”.
“El ser humano, considerado como persona, está situado por encima de cualquier precio, porque, como tal, no puede valorarse solo como medio para fines ajenos, incluso para sus propios fines, sino como fin en sí mismo; es decir, posee una dignidad (un valor interno absoluto), gracias a la cual infunde respeto a todos los demás seres racionales del mundo, puede medirse con cualquier otro de esta clase y valorarse en pie de igualdad.”
Esta reflexión para que desde ya pongamos los cinco sentidos en nuestras actuaciones y no nos dejemos manipular por la codicia, ni por la avaricia, permitiendo que con un almuerzo, traten de comprarnos las conciencias y que después no podamos reclamar acciones en beneficio de las comunidades porque nuestro valor se ha comprometido en uno de esos actos públicos incitadores, que no nos quede el remordimiento para nuestros hijos y el relevo generacional.