3.15.2010

A toda costa, pero hay que llegar al poder

Como es costumbre en época electoral, en Colombia las paredes, las calles, los postes, las vallas, los carros, los buses, los taxis, los colectivos, las ventanas, las puertas y cuanto rincón existe tienen ya un afiche publicitario de alguno de los aspirantes políticos. Tanto los candidatos a la presidencia como los que buscan una curul en nuestro honorable Congreso de la República, también asedian cada vez más a los medios de comunicación masivos y locales con sus reclamos para que figuren en su parrilla de programación o en la agenda del día.
La recordación en la mente del consumidor es uno de los objetivos más importantes de quienes quieren meterse, o repetir, el fascinante mundo del juego político. La captación de militantes justifica la utilización de cualquier medio, y las infaltables promesas están a la orden del día, todo con tal de aumentar aunque sea un poco más su popularidad en cada rincón del país.
Es tal el acoso que ejercen quienes quieren ser dueños por un par de añitos de la oficina de la Casa de Nariño o de una en el Capitolio Nacional que cuando se dan cuenta, su grupo de amigos ha superado las bases de datos de cualquier red social. Satisfacción es el sentimiento que invade sus corazones cuando logran llegar al escaño público que unos se olvidan de dónde vienen, otros olvidan para dónde van, algunos agitan la bandera del partido que un día dijeron y aseguraron no tocar, incluso hay quienes le venden el alma al ‘diablo’ con tal de tener su ratico de fama.
La amnesia, que suele caracterizar al pueblo colombiano, se apodera de las mentes de quienes un día, al comienzo de su carrera política, juraron ser fieles a la Patria, a la bandera y a la Constitución, tanto así, que las malas amistades recorren los pasillos de sus despachos ofreciendo dádivas por doquier. Lo sorprendente no es que ocurra, a eso lamentablemente (ya nos acostumbramos), sino que después de tantos años la historia no cambie, y como la desatención no puede anteceder los actos de un político, dichos regalos atavían la vida pública de nuestros respetados dirigentes.
Los ejemplos brotan de los expedientes empolvados que reposan en la Fiscalía o en las Altas Cortes, otros duermen en las mentes de quienes se resignaron a vivir en medio de la eterna corrupción. Pero los galanes de estas novelas, lo digo como para no obviar nuestro pasado y presente cultural, también padecen de los acosos de la justicia, si se le puede llamar así, y con sigilo se escabullen de quienes los quieren exponer en el paredón. Pero dicha justicia llega, cojeando pero llega, y trata de aplicar la imparcialidad y los aprende al final de un camino que parecía infinito.
Lo cierto del caso es que la trama del asedio se da por todos lados y no deja muñeco sin cabeza. Termina siendo un juego del que pega primero pega dos veces y buscan a como de lugar, protagonizar en la opinión pública para ser recordados, así sea porque inundaron las calles de carteles con publicidad política pagada.