2.14.2012

Los padres tenemos una responsabilidad que es un regalo


Quiero comenzar este artículo recordando la tranquilidad que me proporcionó escuchar, hace ya algunos años, las palabras de un antiguo profesor. Decía, en el contexto de una conferencia dirigida a los padres del colegio donde estudiaba, que ya en la época antigua de romanos y griegos, la sociedad se planteaba con preocupación qué hacer con unos jóvenes que estaban perdiendo los valores y que vivían en tiempos de decadencia. Así pues, nos quería transmitir que muchas de las inquietudes que en la actualidad preocupan a las familias no son nuevas y que son intrínsecas, de alguna manera, al ser humano. El motivo es sencillo, me di cuenta de que mis ilusiones de principiante no iban a enfrentarse con dificultades que no hubieran sido superadas por muchos iniciados como yo a lo largo de la Historia.
 Ahora, con el paso de los años, recuerdo también una conversación con el mismo profesor que antes mencionaba. Charlábamos sobre algunos problemas surgidos con algún alumno y en un momento determinado él me comentó: “la educación es cuestión de sentido común”. Y yo quise añadir el tópico ese de, “el sentido común no es el más común de los sentidos”. Desde entonces, he considerado que un buen objetivo en mi tarea como padre podría ser intentar extender todo lo posible ese sentido común. En cualquier caso, cuando se habla con familias de muy diverso tipo y condición, uno se da cuenta de que todas coinciden bastante en qué es lo que quieren proporcionar a sus hijos. Es raro encontrar a alguien que no quiera que sean buenas personas, que sean felices, que tengan salud y bienestar, la propia educación es la gran batalla, a poco que reflexionemos sobre cómo podemos lograr hacer realidad en nuestros hijos muchos de esos deseos, nos damos cuenta de que, poco a poco, vamos renunciando a aspectos tal vez superficiales para quedarnos con lo que realmente nos parece importante, proporcionar una buena educación es el mejor legado que podemos ofrecer a nuestros descendientes. Y si vamos poco más allá, percibimos, casi intuitivamente, que lo que consideramos una buena educación se sustenta en la transmisión de unos valores que nos permitan crecer humana, espiritual, personal y socialmente. Nos damos cuenta también, de que esos valores que anhelamos son el objeto de muchas de nuestras batallas personales en aras de nuestro propio crecimiento interior. Si echamos mano del sentido común, habremos de coincidir en que la educación de nuestros hijos tiene mucho que ver con nuestra propia educación, pero no sólo remitiéndonos a la recibida en nuestra niñez y juventud, si no con la educación, como proceso siempre inacabado, de la que cada uno de nosotros somos responsables. Un ejemplo puede ayudarme a expresar mejor lo que quiero decir: para lograr mejores profesionales es evidente que el reciclaje continuo y la autoformación son irrenunciables. Sin embargo, a veces, parece que nuestra formación para ejercer como padres estuviera ya completa desde el momento de serlo. Nada más alejado de la realidad, porque el nacimiento de un bebé sitúa a sus padres en el comienzo de una nueva etapa para la que nunca estamos suficientemente preparados. No lo estaban los romanos, no lo estaban los griegos, no lo estamos nosotros ni lo estarán las generaciones venideras. El valor de ser responsables, ser padres nos exige la responsabilidad de ser cada vez mejores personas y en nuestras manos está poner todos los medios posibles para lograrlo, sabiendo que nuestros errores deberán convertirse en oportunidades de mejorar y de mostrar a nuestros hijos el valor del esfuerzo y la bondad del propio proceso imperfecto de enriquecimiento personal. Transmitir valores no es sólo proporcionar teorías sino procurar poner en práctica virtudes que nuestros hijos perciban como deseables porque, en definitiva, tener o no tener no es lo importante, y sí lo es ser de una manera u otra. A medida que los hijos crezcan deberemos transmitirles también la idea de que, desde su libertad, son ellos los que decidirán, con su forma de pensar y actuar, el tipo de personas que quieren ser y que serán. Los padres tenemos una responsabilidad que es un regalo y, en la sociedad en la que nos desenvolvemos, es un regalo que podemos compartir. Lo podemos compartir, en primer lugar, con quien hemos querido formar nuestra familia. En segundo lugar, lo podemos compartir con los centros educativos que escogemos para nuestros hijos. Por eso, podemos y debemos también reclamar y estar abiertos a que los profesionales de la enseñanza colaboren en nuestra propia formación para educar a nuestros hijos. Por último, igualmente lo podemos compartir con el conjunto de la sociedad. Pero nunca hay que olvidar que el regalo es para los padres y, sobre todo, que es un regalo de sus propios hijos. ¿Descuidaríamos un regalo que viene de ellos?.