3.22.2011

Si los niños son el futuro de Colombia, ¿Por qué incluirlos en el conflicto armado?


No importa cual sea la inclinación política de uno, de qué lado del conflicto social de este país se está o quién es el que está equivocado o quién es el que tiene la razón en esta violencia sin sentido. A pesar de todo, tenemos que estar de acuerdo en un punto. Debemos alejar a los niños del campo de batalla, de la violencia, del desplazamiento y del secuestro.
Los niños no debieran tomar parte en un conflicto. Ellos no deben ser las víctimas de los mayores. No deben morir, ser heridos o lastimados psicológicamente. ¿Qué le puede importar a un niño muerto si es un símbolo, una víctima o el tema de un noticiero? ¿Qué tiene de bueno ser un símbolo de la muerte?, ¿Qué le puede beneficiar a un niño muerto quién está en el lado correcto, si es que lo sabía o lo sabe? Para un niño muerto ya nada importa. Un niño muerto no tiene presente ni futuro. Un niño muerto no tiene ningún derecho, y ya no le importan los derechos que aparecen en los tratados y en las declaraciones que no le sirvieron de sostén.
Es muy fácil para el adulto utilizar al niño para sus propios propósitos. Es tan fácil arrastrar a los niños al juego de la guerra y transformarlo en combatiente pese a todas las prohibiciones legales, tanto internacionales como nacionales. Es fácil, muy equívoco y terriblemente peligroso.
Es fácil porque el niño es influido y manipulado fácilmente. La propaganda, la incitación y lo más importante, la actitud del adulto es tomada por el niño en su valor literal - sin restricciones ni tener en cuenta su perspectiva real. Incluso cuando las intenciones de éstos no tengan un significado real, o estaban sólo exagerando para mantener con firmeza sus puntos de vista, o sencillamente tienen agendas ocultas de acuerdo al movimiento en que militen.
Es sencillo caer en la tentación de utilizar a los niños, son fáciles de manejar. Es simple confundirlos entre la imagen y la realidad, entre la fantasía y la verdad, solo se necesita adoctrinarlos para que crean lo que le interesa al adulto. Y ¿qué niño no ha jugado a la guerra con armas de juguete? ¿Qué niño no ha crecido con historias de heroísmo en la lucha? Los niños en nuestro país están expuestos a la violencia y al conflicto de manera permanente, ya sea como víctimas o espectadores. ¿Qué niño no quiere ser un guerrero, un héroe, un ganador, un símbolo? Qué fácil es para un adulto reclutar a un niño para la lucha, para los propósitos del mayor después de todo, el niño está allí y el legado de la organización que sea debe continuar, utilizarlo como arma o como víctima, para aterrorizar o ser aterrorizado, como elemento de destrucción o para ser destruido. De esa manera, los niños crecen con los mitos y los valores que la sociedad les proporciona, así podrán ser los representantes del futuro de nuestra nación, con el cada vez más preocupante cuestionamiento sobre el futuro de la misma.
Es fácil, erróneo, peligroso y terrible. La guerra no es un juego de niños. En el campo de batalla, los muertos no se levantan, los heridos quedan con secuelas tanto físicas como psicológicas y los abusados siempre guardarán rencor. La guerra no es un juego. Los niños no pueden ser considerados peones en un tablero de ajedrez, los niños están más inclinados al riesgo. Son menos cautelosos y de este modo están más expuestos a correr grandes peligros. En consecuencia, tienen muchas más probabilidades de ser heridos. Cuando el niño está en las primeras líneas, no hay milagros. Son muertos, son heridos y perjudicados corporal, mental y espiritualmente. Todo niño que ha sido expuesto a una batalla y a una efusión de sangre, llevará consigo daños psicológicos profundos, incluso si su propio cuerpo no ha sufrido daño alguno.
Poner al niño en las primeras líneas de fuego, como participante activo en la violencia, como agresor o como víctima, puede tener con el tiempo, terribles consecuencias personales y sociales. Un niño que ha probado el gusto de la sangre como participante activo en actos de violencia o como víctima, arriesga tener una marca indeleble en su alma y en sus actos a largo plazo. La violencia tiende a corromper el alma del que hace uso de ella, a disminuir el umbral de agresividad, especialmente cuando se trata de jóvenes. Un niño que ha tomado parte en actos de violencia es una amenaza para si mismo y para otros, así como para la sociedad en la que vive ahora y en el futuro. La agresividad que ha encontrado lugar dentro de su corazón es como si se dirigiera en el futuro, no sólo contra el enemigo sino también contra su familia, sus hijos, otros adultos y en particular, contra los más débiles que él.